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Una calavera fuma y del humo nace Gauguin, como si nunca se hubiera ido. Van Gogh se desdobla: su rostro, su estilo, su locura, flotan entre los girasoles hirviendo y la ola japonesa que siempre se rompe. “Ukiyo-e” no es palabra, es destino. La noche estrellada gira como mantra, mientras una corona enjollada reina el caos con brillo absoluto. Todo es pintado. Nada es copia. Esto no es un cuadro: es Van Gogh cruzando el mundo flotante con corona y pipa.